ARTÍCULOS DE MANUEL SIURANA

En este blog se recogen diversos artículos que han sido publicados por Manuel Siurana.

Saturday, February 23, 2013

UN CATECISMO PLÁSTICO. EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN. PARTE 12, altares e imaginería

ALTARES E IMAGINERÍA

Cristo crucificado

La iconografía religiosa la completan algunos altares e imágenes de devoción, comenzando por uno de los temas centrales del cristianismo como es la figura del Cristo situado en el lado izquierdo del hastial, imagen que muestra una versión goticista (por lo humana) del Cristo en la cruz. Jesús aparece vivo, cubierto con un paño púdico y con la corona de espinas sobre la cabeza, clavado en una cruz con tres clavos (uno en cada muñeca y otro en los dos pies). La Crucifixión se presta a múltiples secuencias y en este caso se optó por el momento anterior a la muerte, cuando Jesús se dirige al Padre y pronuncia las palabras Eloí, Eloí ¿lemá sabaktaní?[1] (Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?).

Las dos pequeñas bóvedas absidiales de las naves laterales fueron decoradas por un pintor de origen belga en contraprestación por darle cobijo en la Comunidad MSC. En una se representaba la escena de la aparición del Sagrado Corazón a Santa Margarita y en la otra el tema de la Sagrada Familia, realizado a imitación de una obra de Bartolomé Esteban Murillo[2], pero ambas fueron sustituidas por la decoración que actualmente podemos contemplar.
Altar de San José

En el pequeño ábside de la nave de la Epístola se conserva una capilla y altar dedicados a San José, presididos por una frase inspirada en la parábola de los talentos[3] y que dice: HE AQUÍ EL SIERVO BUENO Y FIEL A QUIEN EL SEÑOR CONSTITUYÓ SOBRE SU FAMILIA, relacionando el texto bíblico con la figura buena y fiel de San José a quien Dios confió el cuidado de su Hijo. En lo alto del altar se muestra una imagen devocional de San José, con el bastón florido del que hemos hablado anteriormente y señalando el Sagrado Corazón del Niño que porta en brazos. El altar se completa con dos relieves, uno en forma de escudo bajo el pedestal de la imagen y otro en el frontal. El escudo muestra dos atributos josefinos, la sierra, como referencia a su profesión de carpintero, y las azucenas, como símbolo de la castidad. En el frontal está esculpida una escena familiar con el Niño entre María que está cosiendo y José que está trabajando en la mesa de carpintería.
Altar del Sagrado Corazón

En el ábside de la nave del Evangelio, que sirve como acceso a la sacristía, se conserva una capilla y altar dedicados al Sagrado Corazón de Jesús, que están presididos por la frase evangélica: VENID A MÍ LOS QUE ESTÁIS ATRIBULADOS Y OPRIMIDOS Y YO OS ALIVIARÉ (Mt 11, 28), que entronca directamente con el sentido devocional de este altar, cuya composición es idéntica a la del anterior. Aquí la imagen es la del Sagrado Corazón que representa a Jesús con un corazón ardiente sobre el pecho y con los brazos abiertos en señal de acogimiento. En el escudo se esculpe el relieve de un Sagrado Corazón sobre las letras JHS; en tanto que en el frontal se representa el episodio de la Cena de Emaús, que el arte cristiano utiliza como tipología del tema de la Comunión en sustitución de la Última Cena[4].

Textos y fotografías: Manuel Siurana Roglán

NOTAS:
[1] Esta secuencia únicamente la recogieron los evangelistas Marcos y Mateo (Mc 15, 34; Mt 27, 46), mientras que Lucas (Lc 23, 44) la sustituyó por la frase Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.


[2] [SALVADOR, Esteban, op. cit.]


[3] La parábola de los talentos habla sobre los siervos a quienes el señor confió sus riquezas y a quienes compensó según su fidelidad (Mt 25, 14-30)


[4] Lucas (Lc 24, 30-32) relata el momento en el que los dos discípulos que iban camino de Emaús reconocieron a Jesús cuando bendijo y partió el pan ante ellos, añadiendo que en ese momento pronunciaron unas palabras que encajan perfectamente en la devoción de este altar: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?

Friday, February 22, 2013

UN CATECISMO PLÁSTICO. EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN. PARTE 11, Estudio iconológico de las naves. La presencia de María.

LA PRESENCIA DE MARÍA

En el friso liso que recorre el entablamento de la nave central están escritas unas inscripciones relacionadas con la Virgen María. En el presbiterio figuran tres textos latinos: AVE MARIA + DOMINA NOSTRA A SACRO CORDE ORA PRO NOBIS + SANCTA MARIA (Ave María + Nuestra Señora del Sagrado Corazón ruega por nosotros + Santa María). En el lado de la Epístola existen otros dos textos: FACTA ES NOBIS DOMINA IN REFUGIUM ET IN ADJUTORIUM SPEI NOSTRAE (Te nos has hecho, Señora, refugio y ayuda de nuestra esperanza) y REGIS AETERNI MATER GRATOS NOS REDDE FILIO TUO[1] (Madre del Rey Eterno, haznos agradables a tu Hijo). Mientras que en el lado del Evangelio está escrito: ACCEDIS ANTE AUREUM HUMANAE RECONCILIATONIS ALTARE NON SOLUM ROGANS SED IMPERANS DOMINA NON ANCILLA[2] (Llegas ante el áureo altar de la reconciliación humana no tan sólo suplicando, sino gobernando; señora, no esclava). Se trata de frases que intentan expresar pensamientos que aluden a los títulos de Nuestra Señora. En ellas se remarcan dos ideas plenamente relacionadas con la advocación del templo, ya que, por un lado, se hace referencia al papel de María como refugio y esperanza[3] y, por otro, se quiere reafirmar una idea clave: María es “Señora” y no sierva, subrayando la autoridad o poder de la Virgen sobre el Corazón de su Hijo, lo que le permite acceder a Él como nadie puede hacerlo, de ahí que en las imágenes de devoción de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús se la represente sosteniendo en su mano ese Corazón.

Pero donde la presencia mariana adquiere más protagonismo es en las naves laterales.

Cuando se estaba concluyendo el templo, se comprobó que los muros laterales podían haberse ensanchado un poco más para dar cabida a los confesionarios y a algún altar, pero ya era un poco tarde, porque, para ello, se hubieran tenido que derruir los muros y volver a levantarlos, tarea ardua y cara, por lo que simplemente se optó por generar unos huecos lo suficientemente amplios para que cupiera una parte de los confesionarios que, de ese modo, no interferirían en el movimiento de fieles y en el desarrollo del culto. La decisión fue colocar seis confesionarios, tres por nave, distribuidos en los tramos pares, mientras que el resto de tramos quedarían decorados con mármoles. Recientemente, siendo superior de la Comunidad el Padre Juan Alomá MSC, se emprendió la decoración de los muros laterales de los tramos impares, optándose por la representación de temas marianos o con destacada presencia de la Virgen: Cristo en la cruz, Pentecostés, la Dormición de María y la Asunción.
Nombre del autor y año de ejecución

Las pinturas le fueron encargadas en 1990 al reputado artista, hoy director de la Llotja, Francesc Navarro Pérez-Dolz, quien las pintó sobre plafones de madera encastados en el muro y siguió una línea similar a la trazada por Francesc Labarta en las estaciones del Viacrucis, de modo que centró toda la atención en las figuras humanas, reduciendo el paisaje al máximo, usando colores extremadamente básicos y tendiendo a una geometrización de las figuras y especialmente de los ropajes.
 

En el primer tramo, envolviendo las puertas de subida y de bajada del camarín de la Virgen, adaptados al espacio que se ha de decorar, se representan sendas cortes de cuatro ángeles músicos (cada uno con un instrumento musical diferente), con cuatro palabras latinas que forman el inicio del Avemaría y que eran el saludo que el arcángel Gabriel le dedicó a la doncella de Nazaret antes de anunciarle que concebiría a Jesús: en el lado del Evangelio, AVE MARÍA, y en el de la Epístola, GRATIA PLENA.

Con estas pinturas se completa casi totalmente el ciclo de María, ya que en el Camarín, como luego veremos, se representan los temas que tienen una relación directa con el ciclo de la Natividad, en el presbiterio se muestra la escena principal en la que María interviene durante la vida pública de Cristo y en estas naves laterales se completa con la presencia de María en la Pasión de Cristo y en la Gloria. Pero vayamos por partes.
Crucifixión

En la nave del Evangelio están pintadas las escenas de la Crucifixión (tramo tercero) y de Pentecostés (tramo quinto). La escena de la crucifixión es una de las más representadas en la historia del arte cristiano y ofrece muchas secuencias, pero hay una en la que María adquiere un protagonismo básico y especial que le otorga un papel clave en la iglesia y esa es la aquí representada. Pero, antes de entrar en su significado, convendrá realizar una descripción global de la escena, ya que el autor se toma la licencia de, en un fondo lleno de personas que observan lo que ocurre y la lejanía de Jerusalén, representar dos secuencias en una, ya que en el lado derecho introduce una escena anecdótica, en la que dos soldados están jugándose a los dados las ropas de Cristo[4], mientras que otro (Longinos) sostiene la lanza que nos advierte de una tercera secuencia no representada[5]. En el lado izquierdo se muestran cuatro figuras de pie[6], una de las cuales es María y otra el apóstol Juan, a quien Jesús, desde lo alto de la cruz, les habla poco antes de morir. Se trata de uno de los momentos culminantes de la Crucifixión, cuando Jesús encargó a Juan que acogiera a su madre[7]. El tema es muy importante para el ciclo mariano, ya que en el pie de la cruz se produce una transmisión de poderes, puesto que Jesús nombra a su Madre (que es la personificación de la Iglesia[8]), madre de Juan (que en este caso personificaría a todos los hombres[9]) y a éste hijo de ella. De ese modo, por voluntad divina, María se convierte en nuestra Madre.
Pentecostés

La escena de Pentecostés (la Venida del Espíritu Santo) se desarrolla en dos secuencias, en la primera, que ocupa el plano central, la Virgen y los apóstoles están orando mientras, por obra del Espíritu Santo (simbolizado en una paloma que irradia luz desde el ángulo superior), reciben una llama sobre sus cabezas. En la parte superior una segunda secuencia muestra a los apóstoles dirigiéndose hacia los distintos confines del mundo. El tema de Pentecostés es un episodio básico para la Iglesia Católica, ya que significa su nacimiento verdadero sin la presencia física de Cristo. Es el momento en el que sus apóstoles reciben del Espíritu Santo la fuerza y el conocimiento que les hará capaces de extender la fe por todo el orbe. En ese sentido la presencia de la Virgen debe tomarse más como personificación de la Iglesia que como presencia individual[10], lo que le confiere mayor importancia y la eleva en dignidad; motivo por el que el episodio es básico en el ciclo iconográfico mariano, que lo introduce en los múltiples retablos dedicados a Nuestra Señora.
Dormición de la Virgen

En la nave de la Epístola están pintadas las escenas de la Dormición (tramo tercero) y de la Asunción de la Virgen (tramo cuarto), que forman dos secuencias de una misma historia. La Dormición (también llamada Tránsito o Muerte de la Virgen) se desarrolla en una única secuencia dentro de un espacio cerrado en el que María (dormida o difunta) yace sobre un lecho y los apóstoles desconsolados rezan o meditan ante ella en presencia de una mujer y un niño. El tema no fue tratado por los evangelios canónicos y su conocimiento nos ha llegado a través de los evangelios apócrifos y de la Leyenda Dorada, que no hacía más que recoger las tradiciones reflejadas en aquellos, por lo que no dejó de ser motivo de controversia[11] constante, lo que finalmente ha significado su poca divulgación y representación en los lugares sagrados.
Asunción de la Virgen

La escena de la Asunción muestra a María rodeada por seis ángeles mientras es llevada al cielo en cuerpo y alma tres días después de su muerte (o dormición), mientras que en la parte inferior se ven edificios y árboles. Al contrario que en el caso anterior, la escena ha sido infinidad de veces reproducida a lo largo de la historia del arte (y ha sido un tema básico en el ciclo mariano), a pesar de no estar recogida en las Sagradas Escrituras, haciéndose eco de los apócrifos, de la Leyenda Dorada[12] y de la arraigada tradición de celebrar esta fiesta, que no fue declarada artículo de fe hasta 1950. En muchas ocasiones, aunque no en este caso, en la parte superior se muestra a Dios Padre o a la Santísima Trinidad esperando su llegada a los cielos. El tema es sumamente trascendente ya que asegura la presencia física de María en el reino de los cielos.

Autor de los textos y fotografías: Manuel Siurana Roglán

NOTAS:
[1] La frase se encuentra en la página 235 del “Officia sanctorum ex speciali Summorum Pontificum concessione pro clero civitatis et dioecesis Aversanae”, editado en Nápoles, “ex typographia Josephi Severino”, en el año 1833.
[2] Esta frase procede de un sermón de San Pedro Damián, cuando comenta un versículo del Cantar de los Cantares (7,1) [“Detente, detente, Sulamita, detente para que te admiremos”], en cuyo momento el santo comenta: “Deteneos, en segundo lugar, en nombre de vuestro poder, porque el poderoso ha hecho en Vos grandes cosas; todo poder os ha sido dado sobre el cielo y sobre la tierra. ¿Puede oponerse a vuestro poder el poder divino que ha recibido de vuestra carne la carne que le ha hecho hombre? Vos avanzáis hacia el altar de la reconciliación, no sólo con oraciones, sino con órdenes, soberana más que sierva (non solum rogans sed imperans, domina non ancilla)”.
[3] En la Novena de Nuestra Señora se la invoca como “esperanza de los desesperados” y en el rito ordinario como “abogada de las causas difíciles y desesperadas”.
[4] El evangelista San Juan es quien más detalles da de la escena (Jn 19, 23-24).
[5] Nos referimos a la secuencia de la lanzada, que muestra el momento en que un centurión atravesó el costado derecho de Cristo, ya muerto. Tema relatado escuetamente por San Juan (Jn 19, 34), pero que en la tradición cristiana, desde la Leyenda Dorada, se ha enlazado con la figura del centurión (Longinos –por lanza en griego-), citado por los evangelios sinópticos, que exclamó “verdaderamente este hombre era justo” (Lc 23, 47), que luego se habría convertido al cristianismo y acabaría sufriendo el martirio.
[6] Al pie de la cruz, junto a la Virgen y San Juan, suelen representarse dos y, a veces, tres mujeres, de las que una suele identificarse con María Magdalena, a quien se distingue por llevar un manto de color rojo, la otra sería María de Cleofás y una tercera sería María Salomé.
[7] El propio Juan (Jn 19, 26-27) lo relata así: “… Jesús… dijo a su madre: - mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: - ahí tienes a tu madre”.
[8] Tal como se menciona en la liturgia patrística: SAN ISIDORO, Alegorías 138, 139; en donde dice “María es la figura de la Iglesia”.
[9] La iconología cristiana medieval también utilizó la escena aquí descrita en otros sentidos, siendo destacable la personificación de la sinagoga, en la figura de Juan, y de la iglesia, en la figura de María, uniendo de ese modo el Antiguo y el Nuevo Testamento.
[10] La escena está relatada en los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 1-4), donde se indica que ellos (los apóstoles) estaban reunidos, sin mencionar la presencia de la Virgen. Aunque se ha tendido a considerar que la Virgen y otras mujeres también pudieron estar presentes, ya que en Hch 1, 14 se hace referencia a que solían reunirse conjuntamente para rezar.
[11] En el siglo XVII se produjo un pleito entre el famoso pintor barroco Caravaggio y la parroquia de Santa María della Scala de Roma que le encargó el tema, ya que, haciendo justicia a su merecida fama de pintor naturalista, el autor italiano utilizó como modelo para representar a la Virgen a una mujer que había acabado de morir, lo que disgustó sobremanera a sus clientes, que querían la imagen de una mujer más digna y profundamente dormida, que no muerta.
[12] En la Leyenda Dorada se afirma que a los tres días de la muerte de la Virgen, San Miguel le devolvió el alma y fue conducida al cielo.

Wednesday, February 13, 2013

SE ARMÓ EL BELÉN. FE, SIMBOLOGÍA Y TRADICIÓN EN LAS FIGURAS DE LA NAVIDAD. Autor: Manuel Siurana Roglán

(Esta entrada recoge el contenido de la conferencia impartida el día 10-II-2013)


¿Qué es la Biblia?

            "Biblia" es una palabra de la misma raíz que biblioteca o bibliografía, viene del griego y significa muchos libros. Es un término utilizado para designar los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, que contienen para muchos millones de personas el mensaje de Dios a la humanidad.
            Ningún libro de la Biblia es original, todos son copias.  Siendo los copistas responsables de algunos cambios en el texto.  En el año 384 San Jerónimo hizo una versión uniformadora de todas las versiones hasta entonces existentes, llamada Vulgata, que significa "versión común o general".  Esta versión fue declarada oficial de la Iglesia católica por el Concilio de Trento en el siglo XVI.
            La Biblia es libro sagrado para tres religiones monoteístas nacidas en Oriente Medio: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, que comparten la idea de un Dios creador.  El judaísmo comparte con el cristianismo el Antiguo Testamento.  El Cristianismo añadió el Nuevo Testamento.  El islamismo tiene su propio libro sagrado, el Corán, que recoge las enseñanzas que Alá trasmitió a Mahoma, pero en él son muy numerosos los recuerdos del Antiguo Testamento.


El Nuevo Testamento.

            El Nuevo Testamento lo forman varios libros que presentan a Jesús de Nazaret y su mensaje. Fueron redactados en griego por personas de la segunda generación cristiana, que no habían visto directamente a Cristo y que quisieron darlo a conocer a comunidades cristianas de diverso origen por lo que coinciden en muchos aspectos, pero tienen diferencias en bastantes detalles. Antes de ser escritos habían sido transmitidos oralmente.  Pero pronto las comunidades tuvieron la necesidad de fijar estas tradiciones por escrito hasta culminar en los Evangelios que han llegado hasta nosotros.
            Los cuatro Evangelios nacieron sin nombre de autor entre los años 70 y 90, hasta que hacia el 125 se les puso el título que tienen hoy. Los tres primeros se llaman sinópticos, porque tienen muchas coincidencias y se pueden leer disponiendo el texto en columnas paralelas.
            El Evangelio de Mateo dedica buena parte de su texto a la infancia de Jesús, teniendo como objetivo básico demostrar que es el Mesías y sus destinatarios eran los cristianos convertidos del judaísmo.
            El Evangelio de Marcos es el más antiguo de todos, escrito hacia el año 70, y de él se sirvieron Mateo y Lucas. Su objetivo básico era demostrar que Jesús es verdaderamente hijo de Dios y sus destinatarios eran cristianos no judíos.
            El Evangelio de Lucas lo dirige a un tal Teófilo, personaje de nombre griego, que tanto puede ser un individuo como un colectivo. Su objetivo era demostrar que Jesús es el Salvador de todos los hombres y también tenía como destinatarios a cristianos no judíos.
            El Evangelio de Juan es distinto a los otros tres por su lenguaje muy abstracto, estructura y contenido y la tradición se lo atribuye al discípulo amado de Jesús. Su objetivo básico es desentrañar el contenido de las palabras de Jesús y el tema de la fe.
            En el siglo II aparecieron unos Evangelios llamados "apócrifos" (ocultos), que intentaban cubrir las lagunas que los cuatro Evangelios tenían de la vida de Jesús, sobre todo de su infancia.  Pero la Iglesia no los ha reconocido como palabra de Dios, aunque sus narraciones legendarias tengan muchos datos correctos y hayan tenido bastante influjo en el arte religioso.
El protagonista principal del Nuevo Testamento es Jesús, de quien conocemos pocos datos históricos. Pero parece que debió nacer seis o siete años de lo que fija el calendario actual, ya que la muerte de Herodes se produjo en el año 4 a.C. Según los evangelios, era un judío nacido en Belén, que vivió en Nazaret trabajando de carpintero hasta que inició la predicación de su mensaje.
            Históricamente hablando los hechos se sitúan en Palestina, territorio del que a partir del año 64 a.C. se habían adueñado los romanos y en donde en el año 40 a.C. habían constituido una monarquía vasalla, hasta que más tarde, en época de Augusto, fue convertida en provincia administrada directamente por un gobernador romano.
            Uno de los signos más evidentes del dominio romano era el control fiscal, con su sistema de impuestos. Del que el censo de personas y propiedades era un trabajo previo, imprescindible para ejercer el control de la hacienda. Siendo precisamente la confección de un censo lo que motivó el viaje de José y María a Belén, donde nacerá Jesús y comenzará nuestra historia.


El ciclo del Adviento.

La Navidad está precedida por el ciclo del Adviento, en el que destacan dos temas principales:
LA ANUNCIACIÓN  está relatada por Lucas: se representa al arcángel San Gabriel (con alas y vestido de blanco) descendiendo del cielo o arrodillado frente a la Virgen llevando un lirio blanco (símbolo de la pureza y de la primavera -la Anunciación se celebra el 25 de marzo). Aunque en el caso de algunas obras sienesas (debido a la rivalidad con Florencia cuyo símbolo era la azucena) llevan una rama de olivo (emblema de Siena). En las composiciones góticas, de la boca o de la mano del ángel se desarrolla un filacteria con las primeras palabras que le dirige ("Salve, María, Llena de Gracia, el Señor está contigo"), anunciándole la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo, que aparece en forma de paloma; si bien también es corriente que aparezca en una esquina Dios padre, que hace de fuente de luz.
En el Protoevangelio de Santiago se afirma que María en el momento de la Anunciación tenía dieciséis años, con lo que habría pasado dos en casa de José desde sus desposorios, ya que en la sociedad judía de la época los niños y niñas se casaban normalmente al llegar a la pubertad no más tarde de los 14 años y la boda era concertada por las familias. Este apócrifo describe que María se encuentra hilando la púrpura para el templo de Jerusalén cuando fue sorprendida por el ángel, y así se representa en algunas obras primitivas, aunque en otras ocasiones se la representa arrodillada en un reclinatorio.
            También es corriente que se produzca una identificación de María como la nueva Eva, ya que en el siglo VI el Evangelio armenio de la Infancia dice que "...cuando Eva vio aquello, dijo: Bendito seas Dios de Israel que me habéis rehabilitado de nuevo y levantado de mi caída y que me habéis reintegrado a mi antigua dignidad.  Por eso es frecuente también unir la Expulsión y la Anunciación en una sola representación.

            LA VISITACIÓN: María había concebido e Isabel estaba en su sexto mes de embarazo tras haber sido estéril toda su vida (su hijo sería Juan el Bautista).  En el arte gótico las dos mujeres suelen saludarse de manera formalista con una inclinación o abrazándose. Las obras posteriores a la contrarreforma tratan el tema con sentido religioso, presentando a Isabel (una señora mayor) de rodillas rindiendo homenaje a la Virgen (una muchacha joven). Las dos mujeres pueden estar solas o ir acompañadas de Zacarías y de José, llegando a mostrarse la mula con la que realizaron el viaje. La maternidad sobre los dos hijos queda plasmada de distintas formas, como la representación del Bautismo de Cristo como escena de fondo. Esa relación con el tema epifánico se debe a que la Visitación es considerada como el primer reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios, puesto que San Juan se alboroza en el vientre de su madre ante su presencia en el seno de María.

 
El Nacimiento.

            Jesús nació en un contexto en el que, tras haber perdido su unidad política, los israelitas esperaban la próxima venida de un Mesías libertador, de quien deseaban que fuera un rey.
            Los temas que principalmente se representan en el ciclo del Nacimiento son los siguientes:
            LA NATIVIDAD ha sido enriquecida con un montón de aportaciones medievales. Así pues el pesebre es una aportación de Lucas. La cueva es una aportación del Protoevangelio de Santiago. El buey y el asno son una aportación del apócrifo Pseudo-Mateo, quien dice textualmente que "al tercer día, María salió de la cueva y fue a un establo, y puso al niño en el pesebre, y el buey y el asno lo adoraron", con lo cual se cumplía la profecía de Isaías: "El buey conoció a su amo, y el asno el pesebre de su Señor". La aparición del buey y el asno quería  constatar que los hombres dejaron solo a Jesús, mientras que los animales le protegían.
La representación de la Virgen arrodillada en actitud de adoración se basa en la visiones de Santa Brígida, quien afirmaba que "cuando le llegó la hora dobló las rodillas y comenzó a rezar... estando así, nació súbitamente el niño rodeado por una luz brillante". El marco en el que se desarrolla esta escena al igual que la adoración de los pastores y de los magos, a veces, es un edificio medio en ruinas, símbolo de la Antigua Ley que había sido suplantada por el Nacimiento del Redentor.
La representación de una cueva y de las parteras es una aportación del Protoevangelio de Santiago, quien cuenta que una de ellas negaba que María pudiera seguir siendo virgen tras el parto y la examinó para comprobarlo (aunque este tema desapareció del arte tras ser condenado por el Concilio de Trento).

            ANUNCIO Y ADORACIÓN DE LOS PASTORES. El anuncio fue realizado por el arcángel Gabriel y ya aparece representado en el arte bizantino.
La escena de la adoración no aparece hasta finales del siglo XV. El tema en el barroco resultaba especialmente idóneo para acercar la religión al pueblo y recuperar así el espíritu cristiano primitivo, ya que la simplicidad de unos pastores arrodillados frente a lo sagrado, era una imagen con la que cualquier creyente podía fácilmente identificarse. Además, simbólicamente adquirió gran relevancia por ser el primer reconocimiento humano (exceptuada la "Visitación" donde Jesús aún no había nacido) a la divinidad de Jesucristo. Los pastores están reunidos en torno al Niño, unos arrodillados y otros en actitudes reverenciales, con la cabeza descubierta.  Los dones de los pastores no aparecen mencionados en Lucas y probablemente se inventarían por analogía con los de los magos y podían consistir en un cordero transportado en ocasiones a hombros (recordando la imagen del Buen Pastor), aves, una jarra de leche, una cesta con huevos, etc.

            LA SAGRADA FAMILIA es un tema no bíblico y tardío dentro del arte cristiano y prácticamente no se menciona antes del siglo XV.  El término Sagrada Familia se utiliza para describir varias combinaciones diversas de las sagradas figuras, como por ejemplo:
            - La Virgen y el Niño con San Juan, que es un grupo muy frecuente en la pintura italiana del siglo XVI. El tema está basado en el apócrifo Pseudo-Buenaventura que cuenta como a su vuelta de Egipto la Sagrada Familia estuvo en casa de Isabel. Los niños aparecen desnudos y Juan lleva una cruz de cañas, no siendo raro que también aparezca Isabel.
- La Virgen y el Niño con Santa Ana es un tema también muy repetido en la pintura italiana, mostrando las tres generaciones, abuela, madre y niño.
            - La Virgen y el Niño con San José en un fondo de vida doméstica o en el campo es el grupo que con mayor frecuencia recibe el nombre de Sagrada Familia, apareciendo a partir del siglo XV en que se desarrolla el culto a San José.  Este tema fue considerado por los escritores jesuitas la "trinidad terrestre", que se asociaría a la Santísima Trinidad o "trinidad celestial".

 
La Epifanía.

            El ciclo de la Epifanía (= manifestación) está formado por la Adoración de los Magos, la Huida a Egipto y la Matanza de los Inocentes, que serían un sólo núcleo, más el Bautismo de Cristo y las Bodas de Caná, que en conjunto representarían la Theofanía (manifestación de Dios). El ciclo de las manifestaciones preepifánicas lo completarían la Visitación a Isabel, la presencia de los animales -buey y asno- en el pesebre, la adoración de los humildes -pastores en el portal- e incluso la presentación en el templo.

LA PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO se inspira en el Evangelio de San Lucas tiene valor preepifánico en tanto que el viejo Simeón reconoce al Niño como Mesías. El tema, junto a la Circuncisión, se celebraba con las fiestas solemnes de la Iglesia y ambos quieren representar el nexo de unión con el Antiguo Testamento, aceptado por Cristo, ya que eran ritos de los judíos. La escena se desarrolló cuarenta días después del Nacimiento de Jesús, cuando la Virgen había quedado ya purificada. En nuestro calendario ese día es el 2 de febrero, en el que la Iglesia celebra la fiesta de la candelaria, en la que antiguamente se realizaba una procesión con velas.

            LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS es la primera y también más corriente de las representaciones epifánicas. Se relata en Mateo, que nos dice que unos magos (tradicionalmente considerados astrólogos persas) habían venido de oriente (por lo que en las pinturas murales de las catacumbas y en los mosaicos bizantinos se les representa con togas del culto de Mitra y con gorro frigio), siguiendo una estrella. Lo que llevó a que una tradición medieval afirmara que Jesús había nacido en marzo, cuando se produjo una conjunción excepcional de Júpiter y Saturno sobre el signo de Piscis. Partiendo de aquí casi todos los demás datos que de ellos sabemos proceden de aportaciones extrabíblicas. Así pues, fue el escritor cristiano Tertuliano (hacia el 200) el primero que les dio categoría de reyes, al basarse en el salmo que anuncia que "...los reyes traerán tributo y... se postrarán ante él").
            Posteriormente se realizaron diversas interpretaciones:
            - En principio representaron las tres edades de la vida: juventud, madurez y ancianidad, lo que quedaría subrayado por la normal disposición de la escena en las obras de arte: Melchor, el más anciano y con barba (el pasado) aparecería arrodillado, Gaspar, también con barba (el presente) estaría en medio y Baltasar más joven y sin barba (el futuro) estaría de pie esperando su turno para acercarse a Jesús. El simbolismo de sus regalos era el siguiente: oro, como homenaje a la realeza de Jesús; incienso en homenaje a su divinidad y mirra (producto utilizado para embalsamar) como anticipo de su muerte.
- Sus nombres aparecen por primera vez en el Evangelio Armenio de la Infancia (siglo VI) y su número se deduce de los regalos que portan. Al Niño se le representa ya un poco mayorcito, pues el Pseudo Mateo dice que "después de transcurridos dos años, vinieron a Jerusalén unos magos".
            - A finales de la Edad Media los magos llegaron a personificar las tres partes del mundo (Europa, Asia y África) en actitud de rendir homenaje a Jesús, de ahí la costumbre de representar a Baltasar de raza negra.  Pero este tema también se utilizó para simbolizar la sumisión de los poderes temporales (a veces reyes o mecenas verdaderos aportan su imagen a las obras de arte) a la autoridad de la Iglesia.
 
            EL SUEÑO DE JOSÉ y LA HUIDA A EGIPTO es un tema tratado escuetamente por los evangelistas, pero que también se amplió enormemente en varios textos apócrifos en su segunda escena. Así pues la escena típica nos mostraría a la Virgen que lleva al niño Jesús en sus brazos y va montada en un asno y José andando junto a ellos, aunque la pintura de la Contrarreforma prescinde del asno y la Virgen va andando. Alguna versión presenta a la familia subiendo en una barca, para ser trasladada por un ángel (en forma del Caronte clásico que lleva las almas de los muertos) al otro lado del río, prefigurando así la muerte del Salvador.

            LA MATANZA DE LOS INOCENTES es una escena que suele desarrollarse en el patio del palacio de Herodes.  Apareciendo los soldados con sus espadas desenvainadas, arrancando a los niños de los brazos de sus madres, que manifiestan su protesta y dolor, mientras Herodes observa desde un trono. En ocasiones se muestra a una madre, Isabel que huye con el niño oculto (Juan el Bautista) en su manto, tal como indicaba el apócrifo Libro de Santiago. El culto a los Santos Inocentes, como primeros mártires no conscientes de la Iglesia existió desde los primeros tiempos de la cristiandad y es una fiesta íntimamente ligada con la Navidad (se celebra tres días después de ésta).

Autor: Manuel Siurana Roglán

Wednesday, February 06, 2013

UN CATECISMO PLÁSTICO. EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN. PARTE 10, Estudio iconológico de las naves. El Viacrucis

EL VIACRUCIS

El Viacrucis, Vía Dolorosa o Estaciones de la Cruz son las etapas, a modo de escenas, por las que Cristo pasó desde su condena a muerte hasta su entierro. Su representación, de una manera u otra[1], es habitual en el interior de las iglesias (comenzando por la nave del Evangelio en la zona más cercana a la cabecera y girando luego por la nave de la Epístola), en los calvarios y en otros lugares de devoción, donde se rezaba en diversas épocas del año, si bien actualmente su uso ha quedado reducido a las celebraciones relacionadas con la Semana Santa.
Estación número 13, pintada inicialmente.
En este templo se optó por aprovechar los lunetos formados por la confluencia de los arcos de cada tramo en las naves laterales para su representación; si bien, al disponer únicamente de seis tramos, hubo que recurrir a la utilización del luneto del arco de separación entre la nave lateral y el hastial del templo, con lo que se completaban los 7x2 espacios iguales necesarios para su colocación. Según se desprende de la inscripción que figura sobre la séptima estación, las pinturas fueron realizadas por Francisco Labarta en el año 1954, a excepción de la escena correspondiente a la decimotercera estación que ya había sido pintada en 1943[2]. A pesar de que el autor es el mismo, su estilo en tan solo doce años varió de manera sustancial, ya que en 1943 procuró ser lo más naturalista posible, mientras que en las escenas de 1954 tendió hacia un mayor esquematismo geométrico.
Fecha y firma del autor

En estas escenas la temática ya viene impuesta por el propio rito[3] y, por lo tanto, el autor se limitó a adaptarla al espacio y a la técnica que fue a utilizar, con pocas posibilidades de variación.
Segunda estación

Décima estación

Undécima estación

En la primera estación (Jesús condenado a muerte) aparece Cristo con la corona de espinas, el manto de color púrpura y un palo, vigilado por un soldado romano, mientras dos personas le increpan. Es la típica representación del Ecce Homo (éste es el hombre). En la segunda estación (Jesús sale con la cruz a cuestas) el autor muestra a Cristo saliendo del interior de un edificio clásico, mientras tres personajes tocan largas trompetas. La tercera estación (Jesús cae por primera vez) representa una sencilla y geométrica imagen de Cristo cargado con la cruz y caído en el suelo, mientras otra persona le ayuda a incorporarse, viéndose al fondo algún detalle paisajístico, que se repite en algunas de las siguientes estaciones. La cuarta estación (Jesús encuentra a su Madre Santísima) muestra a Cristo con la cruz volviendo su rostro hacia tres mujeres, una de las cuales es la Virgen María. En la quinta estación (Simón Cirineo le ayuda a llevar la cruz) se pinta a Cristo y a Simón Cirineo tras él portando la cruz. La sexta estación (La Verónica enjuga el rostro de Jesús) muestra a Cristo arrodillado ante la mujer que, tras secar su rostro, vio cómo su imagen quedaba impresa en él. En la séptima estación (Jesús cae por segunda vez) se pinta a Cristo solo caído en medio de un paisaje vegetal, mientras que un fuerte rayo de luz venida desde el cielo le da fuerzas para seguir. Ya en el lado de la Epístola se representa la octava estación (Jesús habla a las hijas de Jerusalén), en la que Jesús cargado con la cruz habla a dos grupos de mujeres y a un niño. La novena estación (Jesús cae a tierra por tercera vez) muestra de nuevo a Cristo caído en el suelo, mientras Simón sostiene la cruz y, de nuevo, un fuerte rayo de luz le anima a seguir su camino. A partir de la siguiente estación se acaba el trayecto y Jesús llega al Calvario, donde se desarrollan el resto de las escenas de la crucifixión, algunas de las cuales adquieren personalidad propia en la historia del arte y en las que Labarta intenta plasmar la presencia de Dios Padre por medio de los mismos rayos de luz que esporádicamente se pintan en otras anteriores. La décima estación (Jesús es despojado de sus vestiduras) muestra el momento en el que a Cristo le arrebatan el manto (Expolio), mientras otros hombres preparan la cruz. La undécima estación (Jesús es clavado en la cruz) representa a dos hombres sujetando y clavando a Cristo en el madero, dejando ver la tablilla con la inscripción INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum). En la duodécima estación (Jesús agoniza en la cruz) está pintado Cristo ya muerto, rodeado de ángeles. La decimotercera estación (Jesús muerto en los brazos de su Madre) es la conocida escena de la Piedad, tantas veces tratada de manera individual; en ella, junto a la Madre que sostiene a Jesús muerto entre sus brazos, se representa a San Juan y a otra santa mujer y, además, el autor añade una calavera como referencia al lugar donde Cristo murió (monte Gólgota). La decimocuarta estación (Jesús es sepultado), cierra el recorrido en el primer tramo del lado de la Epístola y muestra a varios hombres introduciendo el cuerpo de Cristo en el interior de una tumba.

Textos y fotografías: Manuel Siurana Roglán

NOTAS:
[1] En los casos más simples el Viacrucis es representado con una simple cruz con un número, en otras ocasiones se recurre a algún tipo de tablilla en relieve o pintada con la escena, en otros casos excepcionales, como en el Santuario, se representa en toda su magnitud a través de escenas pintadas o esculpidas en los muros del templo.


[2] Como la decoración de los muros laterales no era urgente, en 1943 se acordó cubrir de mármoles y pintar uno solo de los paneles, dejando para 1954 el resto de pinturas y para bastantes años después el recubrimiento de los muros.


[3] La temática del Viacrucis se introdujo gracias a los franciscanos. En principio se establecieron siete estaciones, pero luego se ampliaron hasta catorce, tal como ha llegado hasta nuestros días. Todas las estampas proceden de los evangelios sinópticos, que coinciden plenamente entre sí y únicamente discrepan con el de Juan en la presencia de Simón de Cirene.

Saturday, February 02, 2013

UN CATECISMO PLÁSTICO. EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN. PARTE 9, Estudio iconológico de las naves. El apostolado y los evangelistas.


La iconografía de la nave central se limita a los muros frontales y laterales superiores y a la cubierta interior. En tanto que en las naves laterales la decoración figurada es más abundante, ya que coexisten las pinturas de las diversas estaciones del Vía Crucis, con otras pinturas de temática mariana, a las que hay que sumar las imágenes y relieves que ornamentan los altares.

EL APOSTOLADO Y LOS EVANGELISTAS

La decoración de la nave central deja de lado la temática mariana para centrarse en otra mucho más genérica, que pretende incidir en las figuras básicas del cristianismo, como son los apóstoles y los evangelistas.

Los primeros fueron pintados por Labarta al fresco sobre el muro, tal como suele ser corriente en muchos templos[1]; están dispuestos en el claristorio o muros laterales de la nave central (ocupando unas dimensiones de 5,93 por 26,90 metros a cada lado), situados sobre el entablamento por encima de la altura máxima de las naves laterales, en los cinco espacios ubicados entre las seis ventanas (que permiten la entrada de luz), ocupando cada uno de ellos 2,26 x 4,54 metros, de los que la parte externa muestra un enmarcamiento de color rojo. El primer inconveniente con el que toparon para la distribución del apostolado fue que tan sólo había diez plafones para decorar, lo que se solventó emparejando a dos apóstoles en el central de cada lado, quedando distribuidos de la siguiente manera: en el lado de la Epístola, desde la cabecera a los pies se representa a SANCTUS ANDREAS (Andrés), SANCTUS JACOBUS MINOR (Santiago el Menor), SANCTUS PETRUS + SANCTUS JOANNES (Pedro y Juan juntos), SANCTUS THOMAS (Tomás) y SANCTUS MATTHIAS (Matías); en el lado del Evangelio, también comenzando por la cabecera, se muestra a SANCTUS PHILIPUS (Felipe), SANCTUS JACOBUS MAIOR (Santiago el Mayor), SANCTUS MATTHAEUS + SCTUS BARTHOLOMAEUS (Mateo y Bartolomé juntos),  SANCTUS JUDAS THADDAEUS (Judas Tadeo) y SANCTUS SIMON (Simón).
Uno de los apóstoles de la nave: Santiago el Mayor

Todos los apóstoles aparecen de pie, con un nimbo envolviendo sus cabezas y sin atributos que les hagan reconocibles (de manera aleatoria pueden sostener algún libro en las manos), en actitudes naturales nada rígidas, vestidos con túnicas y, algunos, cubiertos con mantos de diversos colores y tonalidades y con un entorno diluido en el que apenas si se insinúa el paisaje. En todos los casos, en la parte superior se indica su nombre en latín y en la mayoría de ellos el autor no tuvo en cuenta sus características físicas habitualmente utilizadas en la iconografía. A San Andrés se le muestra envejecido con larga barba y pelo blancos, vestido con túnica, con un libro y con la mano derecha bendiciendo. Santiago el Menor no porta ningún atributo, va cubierto con un manto y se le muestra relativamente joven y con barba. San Pedro y San Juan aparecen juntos de perfil, cubiertos con túnica, el primero en segundo plano, de avanzada edad y el segundo, en primer plano, joven y apasionado. A Santo Tomás se le muestra calvo y con barba blanca (lo que no es habitual en la iconografía de este santo). A San Matías[2] se le representa de perfil, con pelo y barba blancos y con un libro en la mano. A San Simón se le pinta pensativo, con manto, joven, con barba y de perfil. San Judas Tadeo está de frente, cubierto con un manto, con pelo y barba castaños. San Mateo y San Bartolomé llevan manto, el primero de ellos en segundo plano es representado joven y sin barba, mientras que el segundo lleva pelo y barba negros. Santiago el Mayor porta un manto sobre la túnica y un libro, está de perfil y se le representa medio calvo y con barba blanca. San Felipe está representado frontalmente, joven, con túnica y con un libro en su mano.

En los ángulos que forman los arcos que separan la nave central del presbiterio y del tramo del hastial se representan cuatro medallones esculpidos en yeso y rodeados de filigranas, que muestran las figuras del Tetramorfo. En el arco de la cabecera, al lado del Evangelio, se ve la figura del hombre y en el de la Epístola la figura del águila; mientras que en el arco de los pies, al lado del Evangelio, está la figura del toro y en el de la Epístola la del león. En todos los casos la representación es idéntica y consiste en el símbolo alado y coronado correspondiente con un gran libro abierto en la zona central.

Medallones del Tetramorfo: León y Hombre

El Tetramorfo (las cuatro formas) es la simbolización habitual de los evangelistas, que ha sido utilizada por los pintores y escultores de todos los estilos artísticos desde la Edad Media hasta nuestros días. El tema tiene su origen en los escritos del profeta Ezequiel que relató su visión de la gloria del Señor[3] y en el Apocalipsis, donde se escribe lo que va a suceder al final de los tiempos[4]. La correlación entre los cuatros evangelistas y el Tetramorfos nació en el arte bizantino. De esa manera San Mateo estaría representado por un hombre, puesto que su evangelio comienza con el árbol genealógico de Cristo. San Marcos tendría como símbolo el león, porque su evangelio comienza con la voz que grita en el desierto, en alusión a ese animal. San Lucas sería el toro, porque su evangelio se inicia con el relato del sacrificio de Zacarías. Y por último, el águila sería el símbolo de San Juan, por tratarse del ave que más se eleva hacia el cielo, igual que su evangelio, que ofrece la visión más próxima de Dios. Pero el significado de estos símbolos adquiere a su vez una relación directa con los ciclos de Cristo, ya que el hombre (San Mateo) simboliza la Encarnación, el toro (San Lucas) es la Pasión y Muerte, el león (San Marcos) representa la Resurrección[5] y el águila (San Juan), como no podía ser de otra manera, simboliza la Ascensión. Por lo tanto la representación del Tetramorfo cumple dos objetivos básicos como son situar en un lugar preferente del templo a los apóstoles y evangelistas, base de la construcción de la Iglesia y, a su vez, recordar los cuatro ciclos de la vida de Cristo, compendiando todo el ciclo litúrgico.

En las esquinas superiores del interior del arco de separación entre el presbiterio y la nave, por la parte de la cabecera, también se representan otros dos medallones, similares a los de la nave central, pero que en este caso muestran las figuras de dos ángeles dorados.
Artesonado de la nave central

Toda la cubierta interior de la nave central está decorada con casetones esculpidos en placas de yeso, simulando los que antiguamente se realizaban en madera.  Ocupan unas dimensiones de 26,90 por 10,11 metros. Dichos casetones muestran decoración geométrica en la que se alternan los colores dorado y azul. Pero en el centro de la nave, ocupando el lugar de seis casetones, se representan una gran placa rectangular de 2,56 por 4,06 metros que reproduce la figura del Cordero Pascual dentro de un gran medallón central, rodeado de decoración afiligranada y delimitado en la parte superior e inferior por sendas leyendas complementarias: ECCE AGNUS DEI – ECCE QUI TOLLIT PECCATA MUNDI (He aquí el Cordero de Dios – he aquí el que quita el pecado del mundo). El Cordero es el Salvador[6] y, como tal, está representado con un inmenso y radiante nimbo en su cabeza, que gira hacia atrás sujetando entre ella y una de sus patas delanteras una cruz con un estandarte que es el de la Resurrección[7].
Medallón con el Cordero de Dios

El origen del tema del Cordero Pascual se encuentra en el sacrificio que los judíos realizaban el día de la Pascua en recuerdo de su Huida de Egipto[8]. Este tema lo hizo suyo el cristianismo cuando Jesús se equiparó al pan bajado del Cielo (Jn 6, 48-59), que debía comerse para conseguir la salvación, cuando el Bautista definió a Cristo como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29) y cuando San Pablo (1 Cor 5, 7) dijo “alejad la vieja levadura… porque nuestra Pascua, Cristo, ya ha sido inmolada”. De lo que se acabó deduciendo que Cristo es el Cordero que se inmola en la Pascua y el pan bajado del cielo. De ahí la figuración del Cordero Pascual, equiparado a Jesucristo, que muere, como sacrificio por los hombres, en la cruz y al que luego se recibe, como pan, en la Eucaristía. De ese modo el gran medallón que preside la nave del templo, donde se distribuyen los fieles que asisten a la Santa Misa, invita a la Salvación y a la Comunión a través de la Sagrada Eucaristía.
Texto y fotografías de Manuel Siurana Roglán

NOTAS:
[1] Esta tendencia se debe a la idea de establecer una gradación simbólica entre los fieles (que están en la nave), los apóstoles que se sitúan en la parte alta del templo, y Dios que se encuentra en el Cielo, que en este caso queda simbolizado por la imagen del Cordero Pascual del artesonado.


[2] La iconografía cristiana mantuvo la costumbre de representar a los doce apóstoles, a pesar de la traición de Judas Iscariote, que en muchas ocasiones (especialmente en las portadas de las iglesias y retablos) fue sustituido por San Pablo y en otras por San Matías que fue escogido por los once apóstoles para sustituir al traidor (Hch 1, 21-26): “… Que otro ocupe su cargo… presentaron a dos: a José, apellidado Barsabás y a Matías… Echaron suertes, y le tocó a Matías; y quedó asociado al grupo de los once apóstoles”.


[3] Ezequiel cita que vio “la figura de cuatro seres…, que parecían hombres…, pero que cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas… y manos humanas… Su cabeza por delante tenía aspecto humano, por la derecha de león, por la izquierda de toro y por detrás de águila” (Ez 1, 5-14).


[4] El libro del Apocalipsis describe que “alrededor del trono de Dios había cuatro seres vivientes… el primero era como un león; el segundo como un toro; el tercero tenía el rostro semejante al de un hombre, y el cuarto se parecía a un águila… Cada uno de ellos tenía seis alas” (Ap 4, 6-8).


[5] El león durante la baja Edad Media fue utilizado como símbolo de la Resurrección, porque según los bestiarios medievales (que eran habitualmente utilizados por los artistas), sus cachorros al nacer permanecían tres días muertos, hasta que el padre los traía a la vida con su aliento.


[6] La Seo de Zaragoza es la catedral del Salvador y su emblema es el Cordero de Dios.


[7] El cristianismo, tras el sueño de Constantino la noche anterior a la batalla del puente Milvio (relatada por San Eusebio), adoptó el estandarte con una cruz roja sobre él como símbolo de la Resurrección de Cristo y, por lo tanto, de la victoria sobre la muerte.


[8] Cuando Yahvé anunció a Moisés que iba a lanzar la décima plaga sobre Egipto, entre otras cosas, le señaló que cada familia hebrea debía sacrificar un cordero para celebrar la Pascua, que coincidía con la primera luna llena de primavera, antigua fiesta agraria, celebrada en el mes de Nisán, que marcaba el inicio de la siega. Así lo hicieron los judíos y el ángel exterminador pasó de largo por sus casas, matando únicamente a los primogénitos egipcios. Como consecuencia de ello, el faraón permitió la salida del pueblo hebreo, que pudo alcanzar la libertad. Éste es el motivo por el que cada año los judíos celebraban con gran solemnidad la Pascua, igual que lo hizo Jesucristo en su Última Cena. Siendo la superposición de esta fiesta cristiana sobre la otra judía que afecta al calendario lunar, lo que provoca la alteración anual en nuestro calendario solar de las celebraciones de la Semana Santa y del ciclo pascual.