ARTÍCULOS DE MANUEL SIURANA

En este blog se recogen diversos artículos que han sido publicados por Manuel Siurana.

Wednesday, April 17, 2013

BREVE APORTACIÓN A LA HISTORIA EDUCATIVA DE VALDERROBRES. Por Manuel Siurana Roglán

En 2012, casi sin darnos cuenta, se ha cumplido el cincuentenario de la finalización del primer año académico en el Grupo Escolar de Educación Infantil y Primaria de Valderrobres. Esa efeméride me da la excusa para trazar una brevísima aproximación a la historia educativa de nuestro pueblo, desde el siglo XV hasta el año 1962. Lo que aquí veréis escrito no pretende ser, ni mucho menos, un estudio definitivo, sino un simple bosquejo que deberá completarse y revisarse en futuras investigaciones.

Hoy parece fuera de toda duda que la educación es un pilar básico del sistema democrático liberal/social, en tanto que facilita, aunque no garantiza, la igualdad de oportunidades. Por tal motivo los poderes públicos están llamados a ser sus principales garantes. Pero esta corriente de opinión es relativamente reciente y conviene que tracemos un corto recorrido histórico centrado en nuestro pueblo para ver su evolución.

La educación en Valderrobres hasta el siglo XIX
Hasta el siglo XIX la educación no era cuestión de Estado y por lo tanto, si la había y sobrevivía, era gracias al voluntarismo de una o varias personas que en un momento determinado habían considerado que su ejercicio era un bien necesario. Ese voluntarismo era tanto más difícil cuanta más pequeña fuera una localidad y por lo tanto solía correr a cargo de las pocas personas que contaban con cierto nivel cultural (curas en especial, médicos, notarios y poco más), que en ocasiones enseñaban privadamente a algunos niños y muchachos que pretendían encaminarse hacia ese mismo oficio.

A veces algunos benefactores quisieron extender la educación elemental a capas más amplias de la sociedad y fundaron beneficios eclesiásticos, que, además de su función religiosa, debían asumir tareas educativas. Y eso es lo que por fortuna ocurrió en Valderrobres, donde mosén Bernardo Brifat creó el beneficio que llevaba su nombre y cuyo poseedor tenía la obligación de celebrar algunas misas en la iglesia, tocar el órgano en las misas y enseñar las primeras letras a los niños pequeños.

Un beneficio eclesiástico se creaba cuando una o varias personas vivas decidían constituirlo, para lo cual se solicitaban los permisos necesarios a la diócesis. Una vez autorizado, debía dotarse con bienes y registrarse ante notario, especificando todas sus peculiaridades y condicionalidades perpetuas. La dotación de bienes era imprescindible porque es la que permitiría que el beneficiado que lo poseyera pudiera sobrevivir y cumplir con las obligaciones establecidas en el momento de su constitución. En cierto modo la disposición de un beneficio era algo así como una herencia que se transmitía entre sus poseedores generación tras generación, pero el disfrute de esa herencia traía aparejadas una serie de obligaciones, que enseguida veremos. Antes aclaremos que la persona que era nombrado beneficiado asumía un privilegio, en tanto que tenía la manutención prácticamente asegurada de por vida (aunque había beneficios que no tenían suficiente dotación). Por ese motivo, los fundadores solían poner determinadas condiciones para quienes quisieran acceder al cargo, la principal solía ser que los poseedores fueran descendientes de sus parientes, como es el caso del beneficio que nos ocupa.

Se desconoce el año de fundación del Beneficio de mosén Bernardo Brifat, pero sabemos que ya existía al menos desde el año 1435, en que su poseedor era Bernardo Bergua. Inicialmente estaba dotado con varias tierras: un campo de viña de ocho jornales en las Valls, un  campo de seis jornales de viña y olivos en la partida de la Canaleta, otro campo en la partida de las Valls situado junto al termino de Cretas, una huerta de medio jornal en la Plana, otra huerta de medio jornal en la Plana (en la partida de les Sorts), un huerto en la Acequiola de dos horas de labrar situado antes del puente y otro de medio jornal en la Acequiola situado junto al camino de Ráfales. A estas propiedades, en el año 1684, se añadieron otras que fueron donadas por los esposos Domingo Celma e Isabel Celma: una casa situada en la calle del Portal Barrinol (que servía como vivienda del beneficiado), una finca situada en el camino de Arnes, plantada de cepas, olivos y frutales y otra situada en las Valls. Sumando a mediados del siglo XIX unas rentas anuales de 769 reales y 20 maravedíes.

Todas las propiedades aquí enumeradas quedaban vinculadas al beneficio y las rentas que reportaban servían para pagar la manutención del beneficiado, que era nombrado por un patronato que lo presidía el Ayuntamiento y que a la hora de escoger a sus poseedores, desparecidos los miembros de la familia del fundador, anteponía a los naturales de Valderrobres, si bien, a falta de estos, podía elegir a quienes considerase “útiles y convenientes”. Ese beneficiado, como hemos indicado, ejercía las funciones de sacerdote, organista y maestro, pero podía no ser ni sacerdote ni organista ni maestro, aunque se prefería que sí lo fuera. En algunos momentos, cuando no había candidatos adecuados, el patronato nombraba provisionalmente a alguien para ejercer sus funciones. Cuando existía poseedor, si no era sacerdote, debía encargarse de que algún clérigo realizase las misas que le correspondían y si era sacerdote, pero no sabía o no podía ejercer como organista o maestro, debía contratar a alguien para que lo hiciera. En algunas ocasiones el poseedor del beneficio comenzaba como tonsurado y de allí iba ascendiendo a subdiácono, diácono y presbítero y a veces se podía ayudar de algún seglar para impartir la educación.

Esa educación era muy elemental: leer, escribir, contar, doctrina cristiana, música, canto y poco más y estaba limitada a los niños. Las niñas no accedían a ningún tipo de educación, a lo sumo la que pudieran recibir las hijas de familias ricas en el propio hogar o gracias a otras mujeres, que sobre todo les enseñaban las labores propias de su sexo.

Las personas que oficialmente ostentaron el beneficio de Bernardo Brifat, y por lo tanto ejercieron como maestros en nuestro pueblo, fueron Juan Bautista Pastor Rodrigo (entre 1600 y 1622), Lucas Ferrer (entre 1628 y 1643), Pedro Real que era natural de Ráfales (entre 1655 y 1691), Miguel Juan Malet Valentí (entre 1695 y 1700), Francisco Crespo Celma (entre 1713 y 1724), Miguel Rebull Valentí (entre 1731 y 1778), Joaquín Arrufat Icart (entre 1790 y 1823) y Ramón Valentí Meseguer (entre 1824 y 1850), aunque muchos de ellos se ayudaron de otros maestros seglares, que en muchos casos permanecieron muy poco tiempo entre nosotros, salvo Juan Colás de Vea (1580-92), Bartolomé Marroquín (1598-1605), Miguel Rebull (1689-1730), Valero Aguilar (1739-1771) y Francisco Gargallo (1779-1788); destacando el caso de Miguel Rebull, que era natural de Horta y actuó como maestro de niños y organista hasta que le sustituyó su hijo Miguel Rebull Valentí, eclesiástico que era maestro, pero no tañedor de órgano, que contó con la ayuda del organista José Micolau (1746-1774).

Los cambios educativos del siglo XIX
En la segunda mitad del siglo XVIII, con el progreso de la ideología ilustrada, se tomó conciencia de la necesidad de la educación, pero ésta no se concretó hasta el Informe Quintana de 1813, que establecía la instrucción universal, uniforme, pública, gratuita (a cargo de los ayuntamientos) y libre para los niños de este país, lo que se fue materializando en las décadas siguientes.

La progresiva irrupción del liberalismo facilitó y a la vez dificultó la extensión de la educación. La facilitó en tanto que la reguló y la dificultó en tanto que la dejó sin medios de financiación. En el caso de pueblos como Valderrobres, mientras siguió existiendo el beneficio de Brifat no hubo problemas de financiación, pero la desamortización de los bienes eclesiásticos y comunales del año 1855 fue letal, ya que las propiedades del beneficio fueron expropiadas por el Estado y luego subastadas (a título de ejemplo el huerto de medio jornal situado en la Acequiola junto al camino de Ráfales fue vendido por 3.040 reales). Quedando el beneficio sin medios económicos para sostener al maestro y lo que es peor, quedando el Ayuntamiento sin los recursos propios para hacerse cargo de dicha función.

Poco después, en el año 1857, nacieron la Ley de Bases y la Ley de Instrucción Pública o Ley Moyano, que con diversas reformas se mantuvo vigente hasta la Ley General de Educación de 1970. La Ley Moyano establecía la enseñanza obligatoria pero segregada para los niños y niñas de 6 a 9 años, a quienes se enseñaba lectura, escritura, gramática, ortografía, aritmética, geometría, dibujo y rudimentos de historia, geografía y ciencias; aunque para las niñas se sustituían estas últimas materias por las labores y la higiene doméstica.

El salario del maestro y de la maestra se fijaba por ley. Ellos inicialmente en Valderrobres, por el tamaño de la localidad, cobraban 3.300 reales anuales y ellas 2.200. Además su salario, que era muy bajo (se solía decir que se “pasaba más hambre que un maestro”) se completaba con una pequeña aportación de aquellas familias que podían hacerlo. Los encargados de pagar eran los ayuntamientos, pero era muy habitual que cada vez se retrasasen más en el abono de los salarios, hasta llegar a demoras de más de seis meses. Afortunadamente en el año 1901, el conde de Romanones estableció que el salario de los maestro correría a cargo del Estado, en tanto que los ayuntamientos seguirían proveyendo su vivienda y la escuela.

En nuestro pueblo, el Ayuntamiento dispuso que las escuelas se situaran en el Palau y en el Hospital, edificios que hasta su desamortización habían sido propiedad de la Iglesia. Más tarde también se habilitó el edificio, ahora tienda de electrodomésticos, situado junto al puente de hierro.

El primer maestro seglar titular de Valderrobres fue Francisco Martín Rodrigo, que ya había comenzado a ejercer desde el año 1847 y que se jubiló en el año 1896. Ejercía como maestro y como organista, tarea por la que cobraba aparte. La primera maestra que hubo en Valderrobres fue Inés Carbó, que era natural de Iglesuela del Cid y que ejerció desde 1857 hasta su defunción en 1881, luego le sustituyeron María Manuela Altés y Evarista Cros. Hacia 1870, debido al constante aumento de la población, se proveyó una segunda plaza de maestro que fue ocupada primero por Francisco Polo y luego por Benón Juste.

A partir de 1880 ya se establecieron dos maestros y dos maestras. Y en el año 1885 en Valderrobres se contabilizaban un total de 80 alumnos y 70 alumnas. Entre los maestros los que más años ejercieron en Valderrobres fueron Florencio Guallart (al menos entre 1903 y 1925), Teodoro Rubio (entre 1910 y 1917) y Vicente Ferrer (entre 1922 y la Guerra Civil). Entre las maestras, Soledad Hernández ejerció entre 1902 y 1908, pero las que más años estuvieron entre nosotros fueron Cándida Antolín (entre 1912 y 1957) y Plácida Antolín (entre 1919 y 1959).

La Ley Moyano regulaba la posibilidad de que se pudieran crear establecimientos educativos privados y así se hizo en nuestro pueblo cuando en el año 1923 las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, con Sor Carmen Gómez al frente, abrieron el Colegio de María Inmaculada, que se ubicó en la esquina de la calles Huesca y Santa Águeda (el parvulario estaba en la placeta), para, después de la Guerra Civil, pasar al edificio donado por Asunción Tomás Foz, situado en la calle de La Paz. En ambos lugares se impartió el parvulario mixto y la educación elemental e incluso la secundaria libre y otras enseñanzas para las chicas y chicos.

La educación tras la Guerra Civil

Tras la Guerra Civil, además de doña Cándida y doña Plácida, entre otros, ejercieron como maestros Antonio Gil, Gerardo Oscáriz y Juan Antonio Rodríguez.

Los últimos años de la década de los cincuenta fueron especialmente importantes, puesto que el franquismo, por pura supervivencia, inició una ligera apertura que tuvo importantes efectos económicos y sociales con el Plan de Estabilización que facilitó el ulterior desarrollo económico, que a su vez propició la transformación de diversos sectores económicos y sociales. Un ejemplo de ello sería la construcción de los grupos escolares rurales, entre ellos el de Valderrobres, cuyas obras fueron adjudicadas a una empresa foránea que las dejó inacabadas, teniendo que ser reemprendidas por los albañiles Rives y Ferrás.

El primer curso académico que se impartió en las nuevas escuelas fue el del año 1961-62 y los maestros eran Santiago Gómez, Joaquín Costa y Pedro Foz y las maestras Antonia Espada, Carmen Fortea y Concepción Clúa.

Dicho centro inicialmente contaba con seis aulas, ya que las casas de los maestros y maestras se completaron un poco después. Tal como relataban los contemporáneos, el nuevo grupo escolar era infinitamente mejor que las anteriores escuelas, ya que el sol y el aire penetraban por unas ventanas adecuadamente orientadas, a la vez que las aulas fueron dotadas de libros y nuevos materiales. Así mismo la apertura del grupo escolar facilitó la canalización de la acequia, la construcción de la Avenida de Madrid en lo que era el antiguo camino de la Acequiola y la construcción de unos jardines, de los que aún disfrutamos. Además la extensión de la educación a los niños que vivían en las masías obligó a crear un comedor escolar que se situó en las antiguas escuelas.

La información aquí contenida ha sido elaborada a partir de datos extraídos del Archivo General de la Administración, del Archivo Histórico Nacional, del Archivo Provincial de Teruel, del Archivo Parroquial de Valderrobres, de diversos anuarios estadísticos, de los programas de fiestas, del Informe Quintana y de la Ley Moyano.

Manuel Siurana Roglán, enero de 2013

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