UN CATECISMO PLÁSTICO. EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN. PARTE 11, Estudio iconológico de las naves. La presencia de María.
LA PRESENCIA DE MARÍA
En el friso liso que recorre el entablamento de la
nave central están escritas unas inscripciones relacionadas con la Virgen
María. En el presbiterio figuran tres textos latinos: AVE MARIA + DOMINA NOSTRA
A SACRO CORDE ORA PRO NOBIS + SANCTA MARIA (Ave María + Nuestra Señora del
Sagrado Corazón ruega por nosotros + Santa María). En el lado de la Epístola
existen otros dos textos: FACTA ES NOBIS DOMINA IN REFUGIUM ET IN ADJUTORIUM
SPEI NOSTRAE (Te nos has hecho, Señora, refugio y ayuda de nuestra esperanza) y
REGIS AETERNI MATER GRATOS NOS REDDE FILIO TUO[1]
(Madre del Rey Eterno, haznos agradables a tu Hijo). Mientras que en el lado
del Evangelio está escrito: ACCEDIS ANTE AUREUM HUMANAE RECONCILIATONIS ALTARE
NON SOLUM ROGANS SED IMPERANS DOMINA NON ANCILLA[2]
(Llegas ante el áureo altar de la reconciliación humana no tan sólo suplicando,
sino gobernando; señora, no esclava). Se trata de frases que intentan expresar
pensamientos que aluden a los títulos de Nuestra Señora. En ellas se remarcan
dos ideas plenamente relacionadas con la advocación del templo, ya que, por un
lado, se hace referencia al papel de María como refugio y esperanza[3] y,
por otro, se quiere reafirmar una idea clave: María es “Señora” y no sierva, subrayando la autoridad o poder de la Virgen
sobre el Corazón de su Hijo, lo que le permite acceder a Él como nadie puede
hacerlo, de ahí que en las imágenes de devoción de Nuestra Señora del Sagrado
Corazón de Jesús se la represente sosteniendo en su mano ese Corazón.
Pero donde la presencia mariana adquiere más
protagonismo es en las naves laterales.
Cuando se estaba concluyendo el templo, se comprobó
que los muros laterales podían haberse ensanchado un poco más para dar cabida a
los confesionarios y a algún altar, pero ya era un poco tarde, porque, para
ello, se hubieran tenido que derruir los muros y volver a levantarlos, tarea
ardua y cara, por lo que simplemente se optó por generar unos huecos lo
suficientemente amplios para que cupiera una parte de los confesionarios que,
de ese modo, no interferirían en el movimiento de fieles y en el desarrollo del
culto. La decisión fue colocar seis confesionarios, tres por nave, distribuidos
en los tramos pares, mientras que el resto de tramos quedarían decorados con
mármoles. Recientemente, siendo superior de la Comunidad el Padre Juan Alomá
MSC, se emprendió la decoración de los muros laterales de los tramos impares,
optándose por la representación de temas marianos o con destacada presencia de
la Virgen: Cristo en la cruz, Pentecostés, la Dormición de María y la Asunción.
Nombre del autor y año de ejecución |
Las pinturas le fueron encargadas en 1990 al reputado
artista, hoy director de la Llotja, Francesc Navarro Pérez-Dolz, quien las
pintó sobre plafones de madera encastados en el muro y siguió una línea similar
a la trazada por Francesc Labarta en las estaciones del Viacrucis, de modo que
centró toda la atención en las figuras humanas, reduciendo el paisaje al
máximo, usando colores extremadamente básicos y tendiendo a una geometrización
de las figuras y especialmente de los ropajes.
En el primer tramo, envolviendo las puertas de subida
y de bajada del camarín de la Virgen, adaptados al espacio que se ha de
decorar, se representan sendas cortes de cuatro ángeles músicos (cada uno con
un instrumento musical diferente), con cuatro palabras latinas que forman el
inicio del Avemaría y que eran el saludo que el arcángel Gabriel le dedicó a la
doncella de Nazaret antes de anunciarle que concebiría a Jesús: en el lado del
Evangelio, AVE MARÍA, y en el de la Epístola, GRATIA PLENA.
Con estas pinturas se completa casi totalmente el
ciclo de María, ya que en el Camarín, como luego veremos, se representan los
temas que tienen una relación directa con el ciclo de la Natividad, en el
presbiterio se muestra la escena principal en la que María interviene durante
la vida pública de Cristo y en estas naves laterales se completa con la
presencia de María en la Pasión de Cristo y en la Gloria. Pero vayamos por
partes.
Crucifixión |
En la nave del Evangelio están pintadas las escenas
de la Crucifixión (tramo tercero) y de Pentecostés (tramo quinto). La escena de
la crucifixión es una de las más representadas en la historia del arte
cristiano y ofrece muchas secuencias, pero hay una en la que María adquiere un
protagonismo básico y especial que le otorga un papel clave en la iglesia y esa
es la aquí representada. Pero, antes de entrar en su significado, convendrá
realizar una descripción global de la escena, ya que el autor se toma la
licencia de, en un fondo lleno de personas que observan lo que ocurre y la
lejanía de Jerusalén, representar dos secuencias en una, ya que en el lado
derecho introduce una escena anecdótica, en la que dos soldados están jugándose
a los dados las ropas de Cristo[4],
mientras que otro (Longinos) sostiene la lanza que nos advierte de una tercera
secuencia no representada[5].
En el lado izquierdo se muestran cuatro figuras de pie[6], una
de las cuales es María y otra el apóstol Juan, a quien Jesús, desde lo alto de
la cruz, les habla poco antes de morir. Se trata de uno de los momentos
culminantes de la Crucifixión, cuando Jesús encargó a Juan que acogiera a su
madre[7].
El tema es muy importante para el ciclo mariano, ya que en el pie de la cruz se
produce una transmisión de poderes, puesto que Jesús nombra a su Madre (que es
la personificación de la Iglesia[8]),
madre de Juan (que en este caso personificaría a todos los hombres[9]) y
a éste hijo de ella. De ese modo, por voluntad divina, María se convierte en
nuestra Madre.
Pentecostés |
La escena de Pentecostés (la Venida del Espíritu
Santo) se desarrolla en dos secuencias, en la primera, que ocupa el plano
central, la Virgen y los apóstoles están orando mientras, por obra del Espíritu
Santo (simbolizado en una paloma que irradia luz desde el ángulo superior),
reciben una llama sobre sus cabezas. En la parte superior una segunda secuencia
muestra a los apóstoles dirigiéndose hacia los distintos confines del mundo. El
tema de Pentecostés es un episodio básico para la Iglesia Católica, ya que
significa su nacimiento verdadero sin la presencia física de Cristo. Es el momento
en el que sus apóstoles reciben del Espíritu Santo la fuerza y el conocimiento
que les hará capaces de extender la fe por todo el orbe. En ese sentido la
presencia de la Virgen debe tomarse más como personificación de la Iglesia que
como presencia individual[10],
lo que le confiere mayor importancia y la eleva en dignidad; motivo por el que
el episodio es básico en el ciclo iconográfico mariano, que lo introduce en los
múltiples retablos dedicados a Nuestra Señora.
Dormición de la Virgen |
En la nave de la Epístola están pintadas las escenas
de la Dormición (tramo tercero) y de la Asunción de la Virgen (tramo cuarto),
que forman dos secuencias de una misma historia. La Dormición (también llamada
Tránsito o Muerte de la Virgen) se desarrolla en una única secuencia dentro de
un espacio cerrado en el que María (dormida o difunta) yace sobre un lecho y
los apóstoles desconsolados rezan o meditan ante ella en presencia de una mujer
y un niño. El tema no fue tratado por los evangelios canónicos y su
conocimiento nos ha llegado a través de los evangelios apócrifos y de la
Leyenda Dorada, que no hacía más que recoger las tradiciones reflejadas en
aquellos, por lo que no dejó de ser motivo de controversia[11]
constante, lo que finalmente ha significado su poca divulgación y
representación en los lugares sagrados.
Asunción de la Virgen |
La escena de la Asunción muestra a María rodeada por
seis ángeles mientras es llevada al cielo en cuerpo y alma tres días después de
su muerte (o dormición), mientras que en la parte inferior se ven edificios y
árboles. Al contrario que en el caso anterior, la escena ha sido infinidad de
veces reproducida a lo largo de la historia del arte (y ha sido un tema básico
en el ciclo mariano), a pesar de no estar recogida en las Sagradas Escrituras,
haciéndose eco de los apócrifos, de la Leyenda Dorada[12] y
de la arraigada tradición de celebrar esta fiesta, que no fue declarada
artículo de fe hasta 1950. En muchas ocasiones, aunque no en este caso, en la
parte superior se muestra a Dios Padre o a la Santísima Trinidad esperando su
llegada a los cielos. El tema es sumamente trascendente ya que asegura la
presencia física de María en el reino de los cielos.
Autor de los textos y fotografías: Manuel Siurana Roglán
NOTAS:
[1]
La frase se encuentra en la página 235 del “Officia sanctorum ex speciali
Summorum Pontificum concessione pro clero civitatis et dioecesis Aversanae”,
editado en Nápoles, “ex typographia Josephi Severino”, en el año 1833.
[2]
Esta frase procede de un sermón de San Pedro Damián, cuando comenta un
versículo del Cantar de los Cantares (7,1) [“Detente, detente, Sulamita,
detente para que te admiremos”], en cuyo momento el santo comenta: “Deteneos,
en segundo lugar, en nombre de vuestro poder, porque el poderoso ha hecho en
Vos grandes cosas; todo poder os ha sido dado sobre el cielo y sobre la tierra.
¿Puede oponerse a vuestro poder el poder divino que ha recibido de vuestra
carne la carne que le ha hecho hombre? Vos avanzáis hacia el altar de la
reconciliación, no sólo con oraciones, sino con órdenes, soberana más que sierva
(non solum rogans sed imperans, domina non ancilla)”.
[3] En la Novena de Nuestra Señora se la invoca como “esperanza de los desesperados” y en el
rito ordinario como “abogada de las
causas difíciles y desesperadas”.
[5] Nos referimos a la secuencia de la lanzada, que
muestra el momento en que un centurión atravesó el costado derecho de Cristo,
ya muerto. Tema relatado escuetamente por San Juan (Jn 19, 34), pero que en la
tradición cristiana, desde la Leyenda Dorada, se ha enlazado con la figura del
centurión (Longinos –por lanza en griego-), citado por los evangelios
sinópticos, que exclamó “verdaderamente
este hombre era justo” (Lc 23, 47), que luego se habría convertido al
cristianismo y acabaría sufriendo el martirio.
[6] Al pie de la cruz, junto a la Virgen y San Juan,
suelen representarse dos y, a veces, tres mujeres, de las que una suele identificarse
con María Magdalena, a quien se distingue por llevar un manto de color rojo, la
otra sería María de Cleofás y una tercera sería María Salomé.
[7] El propio Juan (Jn 19, 26-27) lo relata así: “… Jesús… dijo a su madre: - mujer, ahí
tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: - ahí tienes a tu madre”.
[8] Tal como se menciona en la liturgia patrística: SAN
ISIDORO, Alegorías 138, 139; en donde
dice “María es la figura de la Iglesia”.
[9] La iconología cristiana medieval también utilizó la
escena aquí descrita en otros sentidos, siendo destacable la personificación de
la sinagoga, en la figura de Juan, y de la iglesia, en la figura de María,
uniendo de ese modo el Antiguo y el Nuevo Testamento.
[10] La escena está relatada en los Hechos de los
Apóstoles (Hch 2, 1-4), donde se indica que ellos (los apóstoles) estaban
reunidos, sin mencionar la presencia de la Virgen. Aunque se ha tendido a
considerar que la Virgen y otras mujeres también pudieron estar presentes, ya
que en Hch 1, 14 se hace referencia a que solían reunirse conjuntamente para
rezar.
[11] En el siglo XVII se produjo un pleito entre el famoso
pintor barroco Caravaggio y la parroquia de Santa María della Scala de Roma que
le encargó el tema, ya que, haciendo justicia a su merecida fama de pintor
naturalista, el autor italiano utilizó como modelo para representar a la Virgen
a una mujer que había acabado de morir, lo que disgustó sobremanera a sus
clientes, que querían la imagen de una mujer más digna y profundamente dormida,
que no muerta.
[12] En la Leyenda Dorada se afirma que a los tres días de
la muerte de la Virgen, San Miguel le devolvió el alma y fue conducida al
cielo.
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