UN CATECISMO PLÁSTICO. EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN. PARTE 9, Estudio iconológico de las naves. El apostolado y los evangelistas.
La iconografía de la
nave central se limita a los muros frontales y laterales superiores y a la
cubierta interior. En tanto que en las naves laterales la decoración figurada
es más abundante, ya que coexisten las pinturas de las diversas estaciones del
Vía Crucis, con otras pinturas de temática mariana, a las que hay que sumar las
imágenes y relieves que ornamentan los altares.
EL APOSTOLADO Y LOS EVANGELISTAS
La decoración de la
nave central deja de lado la temática mariana para centrarse en otra mucho más
genérica, que pretende incidir en las figuras básicas del cristianismo, como
son los apóstoles y los evangelistas.
Los primeros fueron
pintados por Labarta al fresco sobre el muro, tal como suele ser corriente en
muchos templos[1];
están dispuestos en el claristorio o muros laterales de la nave central
(ocupando unas dimensiones de 5,93 por 26,90 metros a cada lado), situados
sobre el entablamento por encima de la altura máxima de las naves laterales, en
los cinco espacios ubicados entre las seis ventanas (que permiten la entrada de
luz), ocupando cada uno de ellos 2,26 x 4,54 metros, de los que la parte
externa muestra un enmarcamiento de color rojo. El primer inconveniente con el
que toparon para la distribución del apostolado fue que tan sólo había diez
plafones para decorar, lo que se solventó emparejando a dos apóstoles en el central
de cada lado, quedando distribuidos de la siguiente manera: en el lado de la
Epístola, desde la cabecera a los pies se representa a SANCTUS ANDREAS
(Andrés), SANCTUS JACOBUS MINOR (Santiago el Menor), SANCTUS PETRUS + SANCTUS
JOANNES (Pedro y Juan juntos), SANCTUS THOMAS (Tomás) y SANCTUS MATTHIAS
(Matías); en el lado del Evangelio, también comenzando por la cabecera, se
muestra a SANCTUS PHILIPUS (Felipe), SANCTUS JACOBUS MAIOR (Santiago el Mayor),
SANCTUS MATTHAEUS + SCTUS BARTHOLOMAEUS (Mateo y Bartolomé juntos), SANCTUS JUDAS THADDAEUS (Judas Tadeo) y
SANCTUS SIMON (Simón).
Uno de los apóstoles de la nave: Santiago el Mayor |
Todos los apóstoles
aparecen de pie, con un nimbo envolviendo sus cabezas y sin atributos que les
hagan reconocibles (de manera aleatoria pueden sostener algún libro en las manos),
en actitudes naturales nada rígidas, vestidos con túnicas y, algunos, cubiertos
con mantos de diversos colores y tonalidades y con un entorno diluido en el que
apenas si se insinúa el paisaje. En todos los casos, en la parte superior se
indica su nombre en latín y en la mayoría de ellos el autor no tuvo en cuenta
sus características físicas habitualmente utilizadas en la iconografía. A San
Andrés se le muestra envejecido con larga barba y pelo blancos, vestido con
túnica, con un libro y con la mano derecha bendiciendo. Santiago el Menor no
porta ningún atributo, va cubierto con un manto y se le muestra relativamente
joven y con barba. San Pedro y San Juan aparecen juntos de perfil, cubiertos
con túnica, el primero en segundo plano, de avanzada edad y el segundo, en
primer plano, joven y apasionado. A Santo Tomás se le muestra calvo y con barba
blanca (lo que no es habitual en la iconografía de este santo). A San Matías[2] se
le representa de perfil, con pelo y barba blancos y con un libro en la mano. A
San Simón se le pinta pensativo, con manto, joven, con barba y de perfil. San
Judas Tadeo está de frente, cubierto con un manto, con pelo y barba castaños.
San Mateo y San Bartolomé llevan manto, el primero de ellos en segundo plano es
representado joven y sin barba, mientras que el segundo lleva pelo y barba
negros. Santiago el Mayor porta un manto sobre la túnica y un libro, está de
perfil y se le representa medio calvo y con barba blanca. San Felipe está
representado frontalmente, joven, con túnica y con un libro en su mano.
En los ángulos que
forman los arcos que separan la nave central del presbiterio y del tramo del
hastial se representan cuatro medallones esculpidos en yeso y rodeados de
filigranas, que muestran las figuras del Tetramorfo. En el arco de la cabecera,
al lado del Evangelio, se ve la figura del hombre y en el de la Epístola la
figura del águila; mientras que en el arco de los pies, al lado del Evangelio,
está la figura del toro y en el de la Epístola la del león. En todos los casos
la representación es idéntica y consiste en el símbolo alado y coronado
correspondiente con un gran libro abierto en la zona central.
Medallones del Tetramorfo: León y Hombre |
El Tetramorfo (las
cuatro formas) es la simbolización habitual de los evangelistas, que ha sido
utilizada por los pintores y escultores de todos los estilos artísticos desde
la Edad Media hasta nuestros días. El tema tiene su origen en los escritos del
profeta Ezequiel que relató su visión de la gloria del Señor[3] y
en el Apocalipsis, donde se escribe lo que va a suceder al final de los tiempos[4].
La correlación entre los cuatros evangelistas y el Tetramorfos nació en el arte
bizantino. De esa manera San Mateo estaría representado por un hombre, puesto
que su evangelio comienza con el árbol genealógico de Cristo. San Marcos
tendría como símbolo el león, porque su evangelio comienza con la voz que grita
en el desierto, en alusión a ese animal. San Lucas sería el toro, porque su
evangelio se inicia con el relato del sacrificio de Zacarías. Y por último, el
águila sería el símbolo de San Juan, por tratarse del ave que más se eleva
hacia el cielo, igual que su evangelio, que ofrece la visión más próxima de
Dios. Pero el significado de estos símbolos adquiere a su vez una relación
directa con los ciclos de Cristo, ya que el hombre (San Mateo) simboliza la
Encarnación, el toro (San Lucas) es la Pasión y Muerte, el león (San Marcos)
representa la Resurrección[5] y
el águila (San Juan), como no podía ser de otra manera, simboliza la Ascensión.
Por lo tanto la representación del Tetramorfo cumple dos objetivos básicos como
son situar en un lugar preferente del templo a los apóstoles y evangelistas,
base de la construcción de la Iglesia y, a su vez, recordar los cuatro ciclos de
la vida de Cristo, compendiando todo el ciclo litúrgico.
En las esquinas
superiores del interior del arco de separación entre el presbiterio y la nave,
por la parte de la cabecera, también se representan otros dos medallones,
similares a los de la nave central, pero que en este caso muestran las figuras
de dos ángeles dorados.
Artesonado de la nave central |
Toda la cubierta
interior de la nave central está decorada con casetones esculpidos en placas de
yeso, simulando los que antiguamente se realizaban en madera. Ocupan unas dimensiones de 26,90 por 10,11
metros. Dichos casetones muestran decoración geométrica en la que se alternan
los colores dorado y azul. Pero en el centro de la nave, ocupando el lugar de
seis casetones, se representan una gran placa rectangular de 2,56 por 4,06
metros que reproduce la figura del Cordero Pascual dentro de un gran medallón
central, rodeado de decoración afiligranada y delimitado en la parte superior e
inferior por sendas leyendas complementarias: ECCE AGNUS DEI – ECCE QUI TOLLIT
PECCATA MUNDI (He aquí el Cordero de Dios – he aquí el que quita el pecado del
mundo). El Cordero es el Salvador[6] y,
como tal, está representado con un inmenso y radiante nimbo en su cabeza, que
gira hacia atrás sujetando entre ella y una de sus patas delanteras una cruz
con un estandarte que es el de la Resurrección[7].
Medallón con el Cordero de Dios |
El origen del tema del
Cordero Pascual se encuentra en el sacrificio que los judíos realizaban el día
de la Pascua en recuerdo de su Huida de Egipto[8].
Este tema lo hizo suyo el cristianismo cuando Jesús se equiparó al pan bajado
del Cielo (Jn 6, 48-59), que debía comerse para conseguir la salvación, cuando
el Bautista definió a Cristo como “el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29) y cuando San
Pablo (1 Cor 5, 7) dijo “alejad la vieja
levadura… porque nuestra Pascua, Cristo, ya ha sido inmolada”. De lo que se
acabó deduciendo que Cristo es el Cordero que se inmola en la Pascua y el pan
bajado del cielo. De ahí la figuración del Cordero Pascual, equiparado a
Jesucristo, que muere, como sacrificio por los hombres, en la cruz y al que
luego se recibe, como pan, en la Eucaristía. De ese modo el gran medallón que
preside la nave del templo, donde se distribuyen los fieles que asisten a la
Santa Misa, invita a la Salvación y a la Comunión a través de la Sagrada
Eucaristía.
Texto y fotografías de Manuel Siurana Roglán
NOTAS:
[1] Esta tendencia se debe a la idea de establecer una
gradación simbólica entre los fieles (que están en la nave), los apóstoles que
se sitúan en la parte alta del templo, y Dios que se encuentra en el Cielo, que
en este caso queda simbolizado por la imagen del Cordero Pascual del
artesonado.
[2] La iconografía cristiana mantuvo la costumbre de
representar a los doce apóstoles, a pesar de la traición de Judas Iscariote,
que en muchas ocasiones (especialmente en las portadas de las iglesias y
retablos) fue sustituido por San Pablo y en otras por San Matías que fue
escogido por los once apóstoles para sustituir al traidor (Hch 1, 21-26): “… Que otro ocupe su cargo… presentaron a
dos: a José, apellidado Barsabás y a Matías… Echaron suertes, y le tocó a
Matías; y quedó asociado al grupo de los once apóstoles”.
[3] Ezequiel cita que vio “la figura de cuatro seres…, que parecían hombres…, pero que cada uno
tenía cuatro caras y cuatro alas… y manos humanas… Su cabeza por delante tenía
aspecto humano, por la derecha de león, por la izquierda de toro y por detrás
de águila” (Ez 1, 5-14).
[4] El libro del Apocalipsis describe que “alrededor del trono de Dios había cuatro
seres vivientes… el primero era como un león; el segundo como un toro; el
tercero tenía el rostro semejante al de un hombre, y el cuarto se parecía a un
águila… Cada uno de ellos tenía seis alas” (Ap 4, 6-8).
[5] El león durante la baja Edad Media fue utilizado como
símbolo de la Resurrección, porque según los bestiarios medievales (que eran
habitualmente utilizados por los artistas), sus cachorros al nacer permanecían
tres días muertos, hasta que el padre los traía a la vida con su aliento.
[7] El cristianismo, tras el sueño de Constantino la
noche anterior a la batalla del puente Milvio (relatada por San Eusebio),
adoptó el estandarte con una cruz roja sobre él como símbolo de la Resurrección
de Cristo y, por lo tanto, de la victoria sobre la muerte.
[8] Cuando Yahvé anunció a Moisés que iba a lanzar la
décima plaga sobre Egipto, entre otras cosas, le señaló que cada familia hebrea
debía sacrificar un cordero para celebrar la Pascua, que coincidía con la
primera luna llena de primavera, antigua fiesta agraria, celebrada en el mes de
Nisán, que marcaba el inicio de la siega. Así lo hicieron los judíos y el ángel
exterminador pasó de largo por sus casas, matando únicamente a los primogénitos
egipcios. Como consecuencia de ello, el faraón permitió la salida del pueblo
hebreo, que pudo alcanzar la libertad. Éste es el motivo por el que cada año los
judíos celebraban con gran solemnidad la Pascua, igual que lo hizo Jesucristo
en su Última Cena. Siendo la superposición de esta fiesta cristiana sobre la
otra judía que afecta al calendario lunar, lo que provoca la alteración anual
en nuestro calendario solar de las celebraciones de la Semana Santa y del ciclo
pascual.
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